Hay una calle en el centro histórico de Benimaclet que da ganas de irse a vivir allí. No porque parezca una típica calle de pueblo -peatonal y flanqueada de casas bajas-, sino porque la habitan unos vecinos y vecinas muy especiales.
Se trata de la calle de la Rambla, cuyo vecindario se cuida mutuamente, como si fueran una familia, y se empeña en que no se pierda su historia. Y una forma de recuperar esa memoria son los almuerzos que organizan en plena calle, en los que los vecinos de más edad cuentan anécdotas y recuerdos mientras se comparten viandas.

La palmera que preside la calle
Como la historia de la gran palmera que luce en el cruce de la calle de la Rambla con la calle Mistral. “La teníamos en casa en una maceta, pero fue creciendo y llegó un momento en que ya no cabía”, explica Miguel Casaña, que tiene 70 años. Muestra una foto en blanco y negro de cuando era pequeño junto a su familia, en la que en un lateral se ve la palmera en el corral de casa.
Enfrente de la calle había un campo -en el que antaño se cultivaba trigo, patatas o maíz y más tarde flores, como los clavelones para la Batalla de flores de València- y le preguntaron al dueño si la quería. “Tráela y ahora la plantaré”, fue la respuesta. Y allí ha ido creciendo desde hace unos 65 años.
La calle de La Puñalá
La calle Rambla era conocida hace muchos años como la de “La Puñalá”. ¿Por qué? “Porque todos los días se montaba lío, yo he visto perseguirse a gente a pedradas”, explica Jesús Peris, que tiene 76 años. Rememora que por aquellos años la calle no era llana, sino que tenía una subidita, y cuando empezaba el jaleo “parecía un teatro: todos mirando, pero nadie entraba”.
La veterana de la calle, Mercedes Hernández, de 91 años, aclara que esos jaleos los montaba “gente que no era de aquí”. Reivindica que en la calle que le vio nacer todos eran “una familia”. Y además ella era “la xiqueta” de la calle, pues no había otra y todos estaban pendientes de ella, que además de pequeña tenía “mucha alegría”.

Con falla, con tienda y con pozos
Pero esta calle, desde la que hace décadas se veía el campanario de Alboraia porque no había casas que lo taparan, presume de haber plantado su propia falla. “Era una falla infantil, porque la calle no daba para una grande. Sería a principio de los años 60”, rememora Miguel. Y como prueba enseña la fotografía de un Aladino de cartón piedra con la lámpara mágica.
También había una tienda, llamada ‘Los Mambriles’, donde actualmente se levanta una casa de reciente construcción con la fachada de trencadís. La tienda tenía de todo: arroz, limonadas, vino … y hielo, porque por aquel entonces no existían las neveras y lo que se hacía era comprar un trozo de hielo para que conservara los alimentos.
Claro que antes de eso se recurría a los pozos para refrescar los melones o las botellas de limonada. “Aquí casi todas las casas tenían pozos”, señala Miguel, quien explica que el de su casa está tapado y que ahora no tiene agua porque cuando se hicieron las obras del metro que pasa cerca el nivel del agua pasó a ser más profundo.
El agua del pozo se utilizaba antaño para guisar, para fregar o para refrescar alimentos, pero cuando querían agua potable iban a la fuente que todavía existe en la calle Masquefa. “Yo iba de pequeño y se me rompían algunos cántaros, porque el aro de fuera era de hierro y al sacarlos, como pesaban mucho, se golpeaban contra él y se rompían”, indica con una sonrisa Miguel.

El niño que llegaba tarde a clase
Otra de las anécdotas que recuerda Jesús es que a veces llegaba tarde a la escuela. Pero tenía un motivo. “A las 8 de la mañana cogía el carro y llamaba a las casas preguntando si querían que les limpiara la conejera o el gallinero, con lo que había días que no podía llegar a las 9’30 horas a la escuela”, señala.
Claro que lo que más se le ha quedado marcado es que cuando iba a vaciar los restos, había un pato que “se ve que se pensaba que le iba a quitar la pata”, y le daba picotazos en el culo aprovechando que llevaba pantalón corto. Hasta que un día Jesús se hartó y le arreó con un palo en la cabeza al ánade.
“Madre, no sé qué le ha pasado al pato este”, fue a contarle a su progenitora. “¿Qué le ha pasado? Arrea a la escuela que cuando vengas ya te lo diré”, le respondió la madre.
A Jesús le conocen con el apodo de ‘El Potro’, porque su bisabuelo -que tenía una barraca en la Vía Xurra con un trozo de terreno y se la cambiaron por una casa en la calle Rambla- iba a Pamplona a traer potros y jacas a las que luego se domaba para arar los campos.
El primer taxista de Benimaclet
Desde la calle de la Rambla dio su servicio el primer “taxista” de Benimaclet: un vecino con carro de caballos que llevaba a la gente donde necesitaba. Por ejemplo, a pagar el impuesto de contribución: había gente que cogía el trenet, se bajaba en el Pont de Fusta e iba andando, pero había quien solicitaba ir en lo que se recuerda como el primer “taxi” de Benimaclet.

En la calle Rambla vivió también en el pasado un boxeador que se fue a hacer las Américas. Una mujer que hacía ruido con poleas de madrugada y cuando se le recriminaba que no dejaba descansar respondía: “pa dormir, sueño”. Un niño llamado Santiaguín que era “más malo que hecho de encargo”. Y otro apodado “Magaña” que siempre estaba castigado pero se escapaba por un agujero para jugar en la calle …
Son algunas de las numerosas anécdotas que se narran en un almuerzo dominical en la calle de la Rambla, donde va pasando de manos un croquis elaborado por un antiguo vecino con los nombres de quienes vivían aquí hace 77 años, y que tenían apodos como “El chico guapo” o “Los Porreta”.
La mejor calle
Matilde Artalejo, de 80 años, tiene claro que esta es “la mejor calle que hay”, pues todo el vecindario siempre se ha “volcado”. En la calle de la Rambla “somos todos a una y estoy muy muy contenta de vivir aquí”, reivindica esta mujer que fue una de las “chaqueteras” de Benimaclet.

Matilde agradece que las parejas jóvenes que han llegado quieran hacer muchas cosas. Como recuperar las cenas que hacían en la calle a finales de junio o las paellas en las fiestas del Cristo, en las que aprovechaban para celebrar cumpleaños o aniversarios del vecindario y en las que primero solo estaban los vecinos, pero luego llegaron a ser más de 200 personas.
Confiesa que le gusta mucho vivir en Benimaclet. “Como Benimaclet, no hay nada”, afirma tajante. Y no podemos más que darle la razón, porque a ver en qué barrio se puede encontrar un calle a la altura de esta.
Yo he vivido en la calle la Rambla n. 3,la casa la compro mi abuelo, y el bajo es propiedad de mi familia y mía, también he participado en las cenas y comidas, ahora vivo en c/Masquefa donde naci, mi familia tenía una tienda que le llamavan casa Capilla
Me gustaLe gusta a 1 persona
Bonitos recuerdos, Elvira.
Me gustaMe gusta