Una de las facetas de Benimaclet es que es un barrio solidario, y muestra de ello es el comedor social que desde hace 23 años atiende a personas necesidades no solo con comida, sino también con apoyo y con pequeños gestos que ayudan a dignificar sus vidas.
Ubicado en la calle de la Providencia, en unos bajos de la parroquia de La Asunción, el comedor social San José inició su andadura de la mano de Cáritas en marzo de 1994, en un principio dirigido sobre todo a gente sin hogar. Atendía de media a unas veinte personas al día.
Sin embargo, ese perfil ha cambiado y el número de beneficiarios se ha incrementado desde hace dos años y medio, ya que desde entonces esta iniciativa de Cáritas cuenta con la colaboración de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Valencia y del Rotary Club.
Así, el Rotary les proporciona de manera gratuita la comida y su transporte, dentro de su Programa ALPAN (Alimentos para necesitados) , mientras que la infraestructura y los voluntarios, un total de 60, los sigue aportando Cáritas.

Un servicio diario en Benimaclet
Una de las coordinadoras de este comedor social, Rosa María Gil, explica a Disfruta Benimaclet que de media atienden a cincuenta comensales de lunes a viernes, quienes degustan en el local un menú formado por dos platos y postre, cocinado en hoteles que colaboran con esta iniciativa y que dos voluntarios del comedor se encargan de transportar hasta Benimaclet.
Más de 60 voluntarios, entre gente del barrio pero también de fuera de él que ha conocido esta iniciativa y les ha apetecido colaborar de manera desinteresada -aquí nadie cobra nada-, son el alma de este comedor social, que entre semana nunca falla a sus usuarios aunque sea festivo o verano (solo cierran el día de Navidad, Año Nuevo y Reyes).
Además, los sábados se hace reparto de bolsas de comida, con alimentos que les entrega el supermercado Consum del barrio cuya fecha de caducidad está cercana pero que se encuentran en buen estado.
La coordinadora reivindica que el comedor social de Benimaclet cuenta además con “un plus” para sus usuarios, y es que tienen a su disposición a voluntarios de acompañamiento, con quienes hablan dos o tres veces al mes, y con los que pueden compartir sus problemas o necesidades , además de ayudarles a hacer gestiones.
“Hay gente que solo quiere que se le escuche, y el comedor es la excusa para poder llegar a estas personas y acompañarles para que tomen sus decisiones; no se trata de resolverles la vida, sino de orientarles”, explica Rosa María.
Un perfil de usuarios distinto
El perfil de los usuarios ha cambiado, y desde hace dos años y medio ya no atienden a personas sin hogar -que son derivadas a otros organismos-, sino a gente que les envían desde Cáritas y desde los Servicios Sociales de la Junta Municipal de Benimaclet. “Nosotros no decidimos quién viene o quién no”, asegura la coordinara.
En general, se trata de personas sin trabajo, de ancianos que tienen una paga muy pequeña o que están solas, y de gente con leves problemas psíquicos que no saben gestionar bien sus vidas, lo que les ha llevado a situaciones familiares o laborales que no se sostienen.
“Son vecinos nuestros que vemos todos los días”, indica Rosa María, quien precisa que hay muchos españoles -la mayoría de extranjeros que atendían antes ha regresado a su país- y también se puede encontrar a personas que han llegado a vivir en la calle y a gente que ha tenido “vidas duras” y que en ocasiones “ha perdido la esperanza”.

Otras actividades
Por ello, en el comedor social de Benimaclet tratan de que estén “a gusto” -saben que hay gente a la que le da vergüenza ir allí-, y para ello les dispensan un trato familiar y que les dignifique, porque eso es “fundamental”, asegura Rosa María.
Además, organizan otras actividades para ellos. Así por ejemplo, celebran el cumpleaños de cada usuario; disponen de una pequeña biblioteca de la que se encarga un usuario del comedor; organizan algún partido de fútbol -al que van hasta los que no pueden casi andar-, e incluso alguna salida por la ciudad.
La próxima será una ruta para conocer la Valencia musulmana, en la que ejercerá como guía uno de los beneficiarios del comedor, quien ya les mostró cómo era la Valenciana romana. “Tenemos entre los usuarios a profesores y a gente con ganas de hacer cosas”, reivindica Rosa María.
Financiación del comedor
El comedor social San José tiene de media unos gastos mensuales de 600 o 700 euros, correspondientes al mantenimiento, suministros de agua o luz, productos de limpieza y menaje, ya que el local lo pone la parroquia y la comida el Rotary Club.
Para poder financiar esos gastos, cuentan son socios amigos del comedor, que hacen una donación mensual de diez euros de media -se puede dar una cantidad mayor o menor, según pueda cada uno-, y que representan la mitad de los ingresos que se necesitan.

El resto lo consiguen a través de aportaciones puntuales de particulares o de asociaciones, como por ejemplo GUP (Grupo Universitario Parroquial) o Voluns, que esporádicamente aporta la colaboración de personas extranjeras que vienen a España a hacer una acción de voluntariado y hacen también una donación económica.
Normas de la casa
Quienes atraviesan cada día las puertas de este comedor social, donde la comida se sirve a las 13 horas, aunque pueden acudir desde media hora antes, saben que tienen que cumplir una serie de “normas de la casa”.
Como reza uno de los carteles que decora el modesto recinto, enfadarse muy poco, llorar solo de emoción y sonreír cada día, son algunas de ellas. Si además se puede reír a carcajadas y abrazarse muy fuerte, el reto está cumplido.
En todo caso, mientras hacen cola con sus bandejas para que los voluntarios les sirvan la comida, los usuarios pueden un leer un mensaje todavía más profundo: “Estás en tu casa”. Ahí es nada.