Cada mes de marzo, y desde hace ya 75 años, la familia Bolea monta en pleno centro histórico de Benimaclet un puesto de buñuelos que es toda una institución en el barrio. Su clientela es tan fiel que, incluso quienes se han ido a vivir a otras zonas, vuelven en Fallas a comprar estos buñuelos.
“Empezó mi madre, Adela Bolea. Luego mi hermana, después me hice cargo yo con mi marido, y ahora los hacen mis sobrinos, con la ayuda de tres de mis hijos y sus parejas”, explica orgullosa Pepita Zarzo a Disfruta Benimaclet. A sus 76 años, y a pesar de que la artrosis ya no le permite hacer los buñuelos tan rápido como antes, le gusta estar al pie del cañón en la parada, ubicada en la calle Enrique Navarro.

Allí, en función de las necesidades, despacha, fríe algunos buñuelos y, sobre todo, controla que la mezcla “no se pase, porque a veces se despistan” los buñoleros a los que ha cedido el testigo: sus sobrinos Inma y Raúl, a quienes ayudan sus hijos Gabriel, Alejandro y Rubén, y las parejas de estos. “Lo hacen muy bien aunque yo no esté, pero a mí me gusta mandar”, nos confiesa con una sonrisa.
Una tradición buñolera desde 1948
La iniciadora de esta larga tradición fue Adela Bolea, la madre de Pepita, quien en 1948 montó un puestecito de buñuelos por Fallas en lo que entonces era el casino de La Falange, en la esquina de la calle Barón de San Petrillo con Enrique Navarro, donde llevaba la cantina. Una tabla de mármol sobre un barril de cerveza fue el primer puesto de los ‘Buñuelos Bolea’.
A partir de ahí, la parada de buñuelos volvió cada año, aunque en estos tres cuartos de siglo ha tenido distintas ubicaciones, siempre en Benimaclet: la plaza, El Musical, frente al apeadero del trenet o la calle Emilio Baró. Hasta que finalmente se quedaron en Enrique Navarro.

Desde siempre, toda la familia se ha implicado en esta actividad, como evidencian las fotografías históricas que se pueden ver en la parada. La más antigua es una en blanco y negro de 1953, donde aparece Pepita con 7 años vestida de valenciana junto a su madre y un montón de buñuelos.
Esta buñolera con cuatro décadas de experiencia recuerda con especial cariño la parada que montaban en la plaza, donde vivían entonces, al lado del local de La Xocolatera. “Era una parada preciosa: poníamos un ramo de laurel enorme”, explica mientras enseña fotos.
En ellas se ven colas de gente esperando para comprar los únicos buñuelos que se hacían en Benimaclet, que según recuerda valían una peseta la media docena. También se aprecian los dos hornillos donde los freían, que funcionaban con leña y carbón y tenían una chimenea para el humo.
No ha olvidado la faena que daban esos hornillos: “a veces no se prendía el fuego, a veces se formaba una llamarada”. Y además no se podían apagar por la noche, para que estuvieran disponibles a primera hora de la mañana. A veces la vigilia la entretenían asando en esas brasas a las 4 de la mañana orejas de toro que un vecino traía tras la corrida de la plaza de toros.

“Nos lo pasábamos bomba”, rememora Pepita, a quien no cesa de saludar la clientela, porque aquí la conocen a toda. Mientras la entrevistamos, llega a comprar una mujer que ahora vive en Alboraia, y otra que llega desde el Cabanyal. “No es porque esté ella delante, pero en otros sitios no están tan buenos, se lo digo siempre”, nos confiesa otra clienta.
Los buñuelos más antiguos
Son “los buñuelos más antiguos” de Benimaclet, y de los más antiguos de València, quizá solo por detrás de los de la horchatería de la plaza de El Collado, explica Pepita, que no duda en preguntarle a otra clienta: “¿Son antiguos los buñuelos o no?”. Y la respuesta no se hace esperar: “Y tan antiguos, de toda la vida”.
Otra mujer se acerca a preguntar a qué hora abrirán el Día de San José. “No muy pronto, allá a las 7,30 horas”. No lo considera pronto porque hace años comenzaban bastante antes, ya que entonces a la gente “le daba igual llevárselos calientes o fríos” y podían avanzar la faena. Ahora “todos los quieren calientes, por lo prefieren esperarse y hacer cola”.
Eran tiempos en los que había quien les llevaba un librillo de barro para que se lo llenaran. “Ahora la gente se lleva una o dos docenas, pero entonces igual se llevaban cien buñuelos, una animalada”, evoca Pepita, cuyas manos aún recuerdan cuando amasaban la pasta de rodillas en el suelo.

Sin buñuelos en Fallas falta algo
Conversar con Pepita es hacerlo con alguien que disfruta con una actividad que ha vivido desde bien pequeña, cuando le pedían que tuviera cuidado con el aceite caliente para no quemarse, y en la que se han criado sus cuatro hijos. “Es que nos gusta, a mí me gusta; parece que si no hiciera buñuelos en Fallas me falta algo”, asegura.
El puesto de buñuelos está ubicado frente al bar ‘Planeta azul’, uno de los más antiguos de Benimaclet, que Pepita y su marido cogieron el traspaso hace treinta años. En las paredes del local, que ahora lleva uno de sus hijos, hay colgadas fotos, algunas de color sepia, de la actividad buñolera de esta familia. Como cuando les contrataron en un cámping de Tarragona en 1988 para hacer un saco de buñuelos.
Pepita ha trabajado como cocinera durante cincuenta años, pues antes del ‘Planeta azul’ su marido y ella se encargaron del bar de El Musical. Y eso que cuando se casó, en 1970, no sabía guisar y tenía que seguir las recetas paso a paso. Pero su hermana le enseñó y le cogió el gusto a cocinar all i pebre, arroz con acelgas, potaje o paella.
El puesto de buñuelos lo lleva ahora la tercera generación de la familia, lo que implica para muchos de ellos cogerse vacaciones en sus respectivos trabajos para poder estar allí. Por eso comienzan el fin de semana de la Crida, continúan el siguiente, y es desde el 10 de marzo cuando abren a diario de mañana y tarde para vender buñuelos, churros y chocolate caliente.

Buñuelos también de higo
Para estas Fallas de 2023 tiene preparados 25 sacos de harina de 30 kilos cada uno, el ingrediente fundamental de estos buñuelos artesanales, que en los días grandes de la fiesta los hacen también de calabaza, aunque Pepita afirma que tienen menos demanda.
También hacen -estos por encargo– buñuelos de higo, una receta típica de Castellón. El dueño de la tienda vecina que diseña y personaliza artículos de todo tipo, Goatxa, les ha regalado un cartel para publicitarlos con una simpática frase: “Tan deliciosos que la figa ens fa palmes”.
Pepita Zarzo, nacida, bautizada y casada en la plaza de Benimaclet, espera que continúe en el futuro esta tradición familiar de montar cada mes de marzo un puesto para vender unos buñuelos que, según asegura uno de sus nietos, son “los mejores del mundo”.