En medio de la huerta de Benimaclet que discurre entre la Ronda Norte y el mar, existe una alquería levantada hace 115 años. Es la única de la parte que da a València del Camí de Farinós en la que sigue viviendo gente. Y cuenta con el entusiasmo de una joven de 17 años, Meritxell Martínez, que se resiste a que los productos que da la tierra se pierdan por falta de compradores. Bienvenidos a Ca’l Bessó.
Unos azulejos en la fachada testimonian que la alquería se levantó en 1906. “En su origen eran dos barracas, pero hubo una riada, se cayeron y entonces ya hicieron la casa”, cuenta a Disfruta Benimaclet Amparo Dolz, quien desde hace casi 48 años vive en esta alquería de la familia de su marido, Llorenç Hurtado.

Una tienda-bar de huerta
La alquería, cuyo nombre no se recuerda a qué se debe, fue una tienda-bar de huerta hasta hace 72 años, en la que se podía comprar arroz, azúcar o morcillas, o tomarse un café. De hecho, el mostrador permaneció allí tras el cierre hasta que más de dos décadas después se hicieron obras para que Amparo, natural de Alboraia, y Llorenç, natural de Benimaclet, se instalaran allí tras su boda.
Por aquel entonces, en todas las casas del camino que conectaba Benimaclet con la Malvarrosa por la huerta vivía gente, que además de cultivar los campos criaba toros o cerdos. Ahora, solo queda este matrimonio.
“Pero a mi marido no lo arranca nadie de aquí”, asegura Amparo, quien lamenta que les han entrado a robar varias veces, e incluso en unas barracas contiguas unos okupas han dejado unos gallos que cantan a deshora y nos les dejan descansar.
Llorenç y su hermano Manolo se encargan de cultivar ocho campos, 50 hanegadas en las que plantan patatas, cebollas, chufas o calabazas, además de algún producto para casa, como alcachofas, habas o limones. Es la tierra de sus padres, aunque trabajan también alguna arrendada. “Esta última se la van a dejar, porque mi cuñado, que es el más joven, se va a jubilar, y mi marido ya va a cumplir 73 años”, explica Amparo.

Alerta de que la mayoría de la gente que trabaja en el campo es ya mayor y se van a quedar “muchos campos perdidos”. Explica que aunque su cuñado tiene el Bachiller Superior quiso ser agricultor. “Pero es que en aquella época se podía vivir del campo”, rememora Amparo. Y no como ahora, cuando hay cosechas que se echan a perder porque no se las pagan: como los 200.000 kilos de cebollas que tuvieron que tractorar el año pasado.
Por ello, lamenta que se hable de ‘salvar l’horta’ y no se piense que mientras “no salven al agricultor no podrá haber huerta”. Y critica también que la política agraria europea quiera “acabar con la agricultura española”.
Una joven inquieta
Y en todo este contexto, encontramos a Meritxell, nieta de Llorenç y Amparo, quien se resiste a que los productos que cultivan su abuelo y su tío se tengan que perder porque no se les paga ni siquiera el precio de coste.
La joven, que ha estudiado el grado medio de Comercio y Marketing, confeccionó en junio del año pasado un cartel con la silueta de la alquería que, tras vencer la resistencia inicial del abuelo, puso en el Camí de Farinós y difundió en redes sociales para intentar vender las patatas rojas cultivadas alrededor de Ca’l Bessó.

“En un día y medio o dos vendimos 3.000 kilos de patatas”, recuerda Meritxell, quien explica que fue “una locura” toda la gente que llamó y se acercó a comprar un producto cultivado muy cerca de donde viven. Ahora intenta hacer lo mismo y desde la semana pasada ha puesto a la venta cebolla tierna, calabazas y chufas, aunque explica que la cebolla tierna no tiene tanta salida como la patata.
Meritxell hace un alto en su puesto colocado frente a la alquería familiar para enseñarnos la andana, donde en estos momentos hay 36.000 kilos de chufas en proceso de secado. Hace poco colgó en el Facebook de la alquería Ca’l Bessó un pequeño vídeo documental creado por ella sobre el proceso que se sigue desde que se planta la chufa hasta que se bebe en forma de horchata.
“Cuando la gente se bebe un vaso de horchata no sabe todo el proceso que lleva detrás: la chufa se planta en abril, se deja secar en agosto -septiembre, se quema en noviembre y cuando se seca se lleva a la andana para que se seque durante cuatro meses, rodándola tres veces al día. Luego hay que llevarla al lavador, escogerla…”, relata.

Curiosidades de la huerta
Porque la página de Facebook de la alquería, que creó hace unos meses y gestiona esta joven de 17 años, pretende ser “una página informativa sobre la huerta”, en la que además de dar a conocer lo que se hace en Ca’l Bessó difunde también curiosidades.
“Por ejemplo, voy a subir la explicación de por qué se planta a veces según el ciclo lunar”, nos cuenta Meritxell, quien pretende que la gente pueda conocer cosas que igual no sabía, como para qué sirve determinada maquinaria. O acceder a recetas para cocinar los productos de la alquería.
Mientras charlamos con Meritxell y Amparo, el abuelo Llorenç y el tío Manolo están en un campo cercano azada en mano. De vez en cuando se acerca gente a comprar chufas, calabazas o cebollas. Si estas últimas se acaban, la joven se acerca en un momento al campo que hay al lado, coge más y las pela.
“Con estas no se llora, porque no están ácidas”, explica mientras devuelve el saludo al ocupante de un tractor que pasa por el camino.

Esta joven no entiende que al agricultor o al ganadero, el que está “en la base de la cadena, el que más trabaja, le paguen una miseria que no da para vivir, ni para cubrir el coste de producción, mientras el que está arriba se hace millonario a costa de los demás”.
Al tiempo que acaricia las chufas de la terreta, las que tienen “un sabor concentrado que no tiene nada que ver” con las que venden las grandes superficies de países como Marruecos, Meritxell nos hace una reflexión final. “Creo que la gente debería intentar valorar más lo que tenemos aquí, y a ser posible comprar en los mercados de toda la vida y adquirir producto nacional, para intentar fomentar que lo de aquí aguante”, concluye.
Nos despedimos de ella y volvemos andando hacia el núcleo de Benimaclet, mientras nos cruzamos con muchos paseantes que, a raíz del confinamiento por la pandemia de coronavirus, han descubierto la huerta que les rodea.