Hay un balcón en Benimaclet que llama bastante la atención y que muy conocido en el barrio. Seguro que ya has pensado en “el balcón de los peluches”, ubicado en el primer piso del número 11 de la calle Sant Esperit, muy cerca de la plaza. Allí recibe a Disfruta Benimaclet su dueño, José Miguel Angrisano ‘Pani’, para contar cómo surgió esta peculiar iniciativa, que tuvo su origen en un pequeño Spiderman.
“Todo empezó por un amigo, Vicente, un sintecho al que recogí en una planta baja que yo tenía. En agradecimiento me trajo un Spiderman pequeñito”, nos cuenta José Miguel, de 51 años, conocido en el barrio como Pani porque su madre tenía una panificadora en la calle Buenaventura Pascual.
Este amigo “se dedicaba a recoger trastos, el domingo iba a rastro, y empezó a traer peluches y más peluches”, que se le iban acumulando a Pani. Así que hace ocho años decidió sacarlos al balcón, y desde entonces se ha convertido en una afición por la que él mismo compra a veces peluches en el Rastro –“allí te salen siete u ocho peluches por diez euros o menos”-, los recoge en los contenedores, o se los regala la gente.

“El primer balcón estaba petado de peluches, los até como pude con la ayuda de María Jesús ‘La Pecas’. Poco a poco ha ido mejorando”, destaca Pani, quien nos cuenta que los va cambiando cada año o cuando se cansa de ver los mismos: entonces los guarda y saca otros. Ahora tiene un taladro que le permite ir haciendo agujeros y colgarlos en vez de atarlos. Y siempre bajo una máxima: “cuantos más quepan, mejor”.
El número de peluches asomados a este peculiar balcón depende del tamaño de los mismos, si bien en estos momentos hay “entre 60 y 80”, calcula. Entre otras cosas, porque hay una parte descubierta de muñecos, debido a que no ha conseguido material para poder pegarlos. Cuando llueve, los tapa con un plástico para que no se mojen: “están bien cuidados, son como de la familia”, afirma.
Asegura que le gusta ver la cara de alegría de los más peques cuando ven su balcón, y señala que a veces, cuando pasa una cabalgata por debajo de su casa, les lanza peluches a los niños, y en Navidad se los lleva a la Policía Local para que los entreguen a los menores sin hogar.

¿Y qué dice la gente cuando ve el balcón? “Pues que estoy chalado; algunos se divierten, otros dicen que estoy un poco loco … qué vamos a hacerle, yo me entretengo con esto”, señala Pani.
El hecho de que el balcón esté en el primer piso tiene sus inconvenientes, pues hay veces que le intentan quitar los peluches. “Llegaron a llevarse un cuadro, que ocupaba casi medio balcón y estaba atado con bridas y todo. Era un paisaje con una patera, y ponía: ayuda a los náufragos. Una noche subieron y se lo llevaron”.
Explica que a veces “algún simpático se sube a hombros de otro a intenta cogerlos”, cuando sería más fácil pedírselos a él. Además, lamenta que cuando arrancan los peluches en ocasiones les rompen una pierna o un brazo. La parte positiva de estar en un primer piso es que hay gente que le lleva peluches y si no está en casa se los tiran al balcón, con lo que al llegar se los encuentra allí.

Pero Pani no tiene peluches únicamente en el balcón. Solo en la sala que da acceso al balcón tiene unos 40 muñecos, clasificados por familias: está la familia canina, la de los monos, la de las jirafas, los patitos, los leones e incluso un “oso conductor” montado en su vehículo. También hay un Bob Marley, de cuando estuvo en Jamaica, un “diablillo malo” y muñecos menos agraciados que otros, que lo mismo ocupan una estantería que la tabla de planchar.
Conviven los que han llegado hace poco con los más antiguos, y cuando entras a la casa te reciben unos gatos de peluche. Su idea es seguir ampliando esta exposición y colocar muñecos también en el pasillo, donde quiere hacer efectos con las luces. A la pregunta de si es complicado vivir entre peluches, lo tiene claro: “por lo menos no estás solo, siempre hay alguien que se observa y que te mira”.
Asegura que, de momento, no ningún muñeco favorito. Y rememora que de pequeño solo tuvo un león de peluche, pues se pasó “más tiempo en el hospital que en el colegio”, ya que cuando tenía 7 años le atropelló un trenet de los que atravesaban Benimaclet –“el primer trenet de los azules que pasó”– y le amputó una pierna, y al ir creciendo le tenían que ir operando. “En total llevo 22 operaciones de pierna”, señala Pani a la vez que enseña la prótesis que lleva colocada y otra más que tiene, esta del Barça.

Además, hace diez años un coche que hacía marcha atrás le atropelló en la misma pierna y se la destrozó, y perdió el juego de rodilla. Desde entonces está prejubilado (antes trabajaba en un lavadero de máquinas industriales), aunque le encantaría trabajar en alguna tienda de mascotas, pues le encantan los animales. Lo cuenta mientras su gato y su perro de carne y hueso brincan a su lado, y mientras recuerda que su madre “llegó a tener 59 perros”, que recogió junto a unas amigas.
Pani también se ha aficionado a recoger cuadros en contenedores de Benimaclet, que tiene colgados en el pasillo de su casa, e incluso él mismo ha pintado algunos, que están expuestos a la entrada de su vivienda.
Este vecino de Benimaclet, que siempre ha vivido en el barrio (menos tres años que estuvo en Italia), nos cuenta que tiene intención de seguir con esta afición que empezó con un pequeño Spiderman y al que han seguido familias enteras de peluches que hacen más llevadera la soledad.