Iba a ser una librería de segunda mano en la que se vendieran los libros por kilos; luego la idea se recondujo a una biblioteca, y finalmente desembocó en un café literario donde reunir a poetas y pintores, a lo que sumaron la música.
Es el Kafcafé de Benimaclet, una aventura artística que acaba de cumplir quince años después de haber sobrevivido a dos crisis -la de 2009 y la de 2020- y que aspira a seguir en marcha mientras la gente acuda a escuchar poesía o canciones de artistas que dan sus primeros pasos.

Todo comenzó con poesía
Un taller de poesía tiene la culpa de que contemos en Benimaclet con este espacio tan singular. Lo explican a Disfruta Benimaclet sus propietarios, Sebastián Vítola y Cecilia Díaz -a quien todo el mundo llama Checha-, una pareja que llegó a València desde Uruguay en 2004.
Cuando en 2009 Sebastián estaba haciendo un taller de poesía, conoció al argentino Gonzalo Lagos y surgió la idea de montar una librería de segunda mano. “Él tenía un montón de libros, yo también bastantes, y pensamos en venderlos por kilo”, rememora.
Pero no solo aspiraban a que fuera una librería: querían que fuera un espacio en el que poetas como ellos se juntaran a recitar poemas y hacer tertulias, y que participaran también pintores, retomando el espíritu de los antiguos cafés literarios.
Kafka tomando café
Y así fue como el 23 de mayo de 2009 nació el Kafcafé, cuyo nombre proviene de un juego de palabras a partir del escritor checo Franz Kafka. Aunque en un principio habían pensado en el poeta granadino Lorca -y llamarlo Lorcafé-, finalmente se decantaron por el autor de ‘La metamorfosis’, cuyo rostro tomando un café protagoniza su logotipo.

El lugar elegido fue un pequeño local de la calle Arquitecto Arnau de Benimaclet -barrio que conocían de haber ido de fiesta cuando eran “jóvenes y rebeldes”– que había sido antes un rocódromo y en el que reunieron casi 3.000 libros, pues en sus inicios el Kafcafé ejerció como biblioteca.
“Le poníamos a cada libro una etiquetita con el nombre, el autor y un número, y teníamos un catálogo para que la gente se los llevara en préstamo”, nos explica Checha, quien entró en el negocio cuando Gonzalo lo dejó en 2011 para emprender otros proyectos.
La gente les fue donando luego títulos, con lo que ya pasaron ser “libros de todos”, por lo que dejaron de catalogarlos y de funcionar como biblioteca. Pero en el local siguen presentes los libros, que además de decorar se pueden llevar prestados siempre que se les pregunte -hay títulos a los que les tienen cariño y no les gustaría perderlos-, pues no olvidan que la palabra es su razón de ser, con la que han querido marcar la diferencia.
Un lugar para escuchar
En estos quince años, el Kafcafé ha promocionado siempre la poesía -todos los jueves hay jam poética-, pero ha añadido también la música, algo que demandaba la propia dinámica del barrio. Por su local han pasado artistas como Rozalén -que participó en un micro abierto cuando todavía no era conocida-, Pedro Guerra, Pedro Pastor o el Kanka.

El local cuenta con una programación fija: micro abierto los martes, trivial de música o de cine los miércoles, jam de poesía los jueves, y los viernes y sábado actividades como conciertos o teatro.
Y tanto en las actuaciones musicales como en el resto de actividades, la premisa del Kafcafé es pedir al público que guarde silencio, para respetar a quien actúa y poder disfrutar de su arte. “Esto no es como un pub en el que hay músicos tocando y la gente viene hablar, sino que es como una obra de teatro, en la que le gente va a ver una obra y está 80 minutos en silencio”, destaca Checha.
El respeto es clave para que pierdan el miedo escénico quienes se suben a un micro abierto: si se paran a mirar la letra o cantan mal, el público aplaude y les anima igual, sin mal ambiente, porque son conscientes de que están empezando.
Benimaclet con buena onda
¿Y hubiera funcionado este proyecto en otro barrio que no fuera Benimaclet? Sebastián y Checha lo piensan brevemente y concluyen que no. “Tuvimos la suerte de estar en un barrio alucinante en una época con una coyuntura de gente que tenía mucha curiosidad y muchas ganas de hacer cosas”, asevera Sebastián.



Porque cuando empezó el Kafcafé no había Instagram y cuando se organizaban actuaciones o charlas “un hervidero de gente” iba a verlas. Gente que conectó con ese espíritu de reflexión más allá de la diversión o el ocio que buscaban con este café literario.
Coincidió también con el momento en que se impulsó Benimaclet Entra, un proyecto que todos los meses publicaba una revista mensual gratuita con la programación cultural del barrio. “Fue muy interesante, porque en 2009 o 2010 había más actividades en Benimaclet que en Ruzafa o El Carmen, pero Benimaclet no estaba visibilizado”, afirma Sebastián.
Checha aporta otra de las claves: “Los valencianos que tienen buena onda parece que estuvieran en Benimaclet”, un barrio “muy amigable” donde se mezcla la gente de dentro con la que viene de fuera y donde no se va a un bar “a tomarse algo con cuatro amigos, sino a juntarse” y hacer red con más personas.
Un público ecléctico
El Kafcafé -al que coloquialmente se le conoce como el Kaf o el Kafca– tiene a gala contar con un público ecléctico y de todas las edades, en el que lo mismo hay estudiantes de Erasmus que parejas que se conocieron aquí y vuelven ahora con sus hijos.

De hecho, mientras hacemos la entrevista para este reportaje, un miércoles por la tarde, hay niños pequeños que entran a pedir hojas para dibujar. Otros juegan en los columpios que hay en la Plaza Emili Beüt i Belenguer, donde se trasladó el Kafcafé en 2020, mientras sus padres toman algo en la terraza exterior.
“La gente es muy tranquila, muy amigable; todo el mundo se saluda y es un ambiente muy bohemio y muy bonito”, asegura Checha.
Nos despedimos de esta pareja felicitándoles por los quince años de esta aventura y con el deseo de que el Kafcafé de Benimaclet siga en marcha al menos otros tres lustros al servicio de la poesía y de la creación artística.
